En ocasiones, uno se encuentra con historias que no hacen
sino devolver la confianza en el ser humano. Un pequeño gesto, una sonrisa o
una mirada certera, nos puede mostrar una realidad oculta en las palabras.
Este pequeño relato narra la historia de una relación que
surge entre dos personas con discapacidad intelectual. No se trata de un idilio
amoroso, sino del trato puramente maternal que ella le dispensa a él.
Ella, a la que llamaremos Carla, vive gran parte del tiempo
abstraída de la realidad, pero recobra la conciencia para atender a
determinados cuidados de la persona a la que considera su hijo.
Roberto en cambio, no habla, su movilidad es reducida y vive a
expensas de los cuidados de los otros, especialmente de los que le regala su
otra madre.
LA OTRA MADRE
Con la mirada en su sueño de madre y la
lágrima en el vecindario de la realidad, pasea Carla por la vereda de quienes
perdieron sus nombres cuando ganaron sus etiquetas. Una vez que con su
presencia ha maquillado de arco iris nuestras ojeras de la rutina, se adentra
en el aula de los sentimientos. Traiciona por momentos a la tristeza y degusta
el hermoso placer que es sentirse madre sin haber dado a luz. Florece su amor
al ver sentado a Roberto. Se acerca a él a través de su cordón umbilical, que
en su caso no es otro que el anhelo de ser madre. Tiembla y sonríe. Le coge la
barbilla suavemente. Vuelve a temblar y a sonreír. Allá va. Se acerca
lentamente y le besa, como sólo las madres besan a sus hijos. Roberto sonríe
feliz. Carla sonríe al verlo sonreír.
Roberto es un ciclón de bondad con
piernas desobedientes que cuando se encuentra perdido es alumbrado por el faro
materno que es Carla. Es hora de desayunar. Ella exilia su vaso de leche al olvido
porque Roberto reclama su vitualla, y lo primero es lo primero, y cuando la
ternura se abre paso entre tantos ombligos, la escena se convierte en idílica en
este mundo de horrores e infamias, porque ver algo tan emotivo en este mercado
sin normas que es la vida, es simplemente grandioso.
La felicidad se refleja en sus
sonrisas que se extienden desde el Mediterráneo hasta el Malecón, donde cada
tarde se embarcan en la
Revolución del perenne llanto al decirse adiós. Él la mira
por la ventana desde el mirador de San Nicolás y ve hermosa como siempre a su
más preciado monumento. Ella, con relente de atardecer en sus ojos se despide
hasta mañana desde su plaza de Mayo, deseosa de volver a ser la madre que el
olvido y la realidad le susurraron dejar de ser.
L@s que trabajamos y tenemos relación con personas con discapacidad intelectual, tenemos la gran suerte de sorprendernos cada dia y vivir momentos e historias increibles, que nos hacen, si cabe, más humanos y sensibles.
ResponderEliminarOtro gran relato.
Me encanta. Emocionante y escrito con una delicadeza infinita.
ResponderEliminarGracias.
Muy bien descrito, con sutileza y ternura.
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