sábado, 19 de enero de 2013

LA OTRA MADRE


En ocasiones, uno se encuentra con historias que no hacen sino devolver la confianza en el ser humano. Un pequeño gesto, una sonrisa o una mirada certera, nos puede mostrar una realidad oculta en las palabras.
Este pequeño relato narra la historia de una relación que surge entre dos personas con discapacidad intelectual. No se trata de un idilio amoroso, sino del trato puramente maternal que ella le dispensa a él.
Ella, a la que llamaremos Carla, vive gran parte del tiempo abstraída de la realidad, pero recobra la conciencia para atender a determinados cuidados de la persona a la que considera su hijo.
Roberto en cambio, no habla, su movilidad es reducida y vive a expensas de los cuidados de los otros, especialmente de los que le regala su otra madre.

LA OTRA MADRE

Con la mirada en su sueño de madre y la lágrima en el vecindario de la realidad, pasea Carla por la vereda de quienes perdieron sus nombres cuando ganaron sus etiquetas. Una vez que con su presencia ha maquillado de arco iris nuestras ojeras de la rutina, se adentra en el aula de los sentimientos. Traiciona por momentos a la tristeza y degusta el hermoso placer que es sentirse madre sin haber dado a luz. Florece su amor al ver sentado a Roberto. Se acerca a él a través de su cordón umbilical, que en su caso no es otro que el anhelo de ser madre. Tiembla y sonríe. Le coge la barbilla suavemente. Vuelve a temblar y a sonreír. Allá va. Se acerca lentamente y le besa, como sólo las madres besan a sus hijos. Roberto sonríe feliz. Carla sonríe al verlo sonreír.

Roberto es un ciclón de bondad con piernas desobedientes que cuando se encuentra perdido es alumbrado por el faro materno que es Carla. Es hora de desayunar. Ella exilia su vaso de leche al olvido porque Roberto reclama su vitualla, y lo primero es lo primero, y cuando la ternura se abre paso entre tantos ombligos, la escena se convierte en idílica en este mundo de horrores e infamias, porque ver algo tan emotivo en este mercado sin normas que es la vida, es simplemente grandioso.

La felicidad se refleja en sus sonrisas que se extienden desde el Mediterráneo hasta el Malecón, donde cada tarde se embarcan en la Revolución del perenne llanto al decirse adiós. Él la mira por la ventana desde el mirador de San Nicolás y ve hermosa como siempre a su más preciado monumento. Ella, con relente de atardecer en sus ojos se despide hasta mañana desde su plaza de Mayo, deseosa de volver a ser la madre que el olvido y la realidad le susurraron dejar de ser.

3 comentarios:

  1. L@s que trabajamos y tenemos relación con personas con discapacidad intelectual, tenemos la gran suerte de sorprendernos cada dia y vivir momentos e historias increibles, que nos hacen, si cabe, más humanos y sensibles.
    Otro gran relato.

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  2. Me encanta. Emocionante y escrito con una delicadeza infinita.

    Gracias.

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  3. Muy bien descrito, con sutileza y ternura.

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